ROMEO: (A Julieta). Si con mi mano, por demás indigna, profano este santo relicario, he aquí la gentil expiación: mis labios; como dos ruborosos peregrinos, están prontos a suavizar con un tierno beso tan rudo contacto.
JULIETA: Buen peregrino, injusto hasta el exceso sois con vuestra mano, que en esto sólo muestra respetuosa devoción; pues los santos tienen manos a las que tocan las manos de los peregrinos, y enlazar palma con palma es el ósculo de los piadosos palmeros.
ROMEO: ¿Y no tienen labios los santos y labios también los piadosos palmeros?
JULIETA: Sí peregrino; labios que deben usar en la oración.
ROMEO: ¡Oh! Entonces, santa adorada, deja que hagan los labios lo que las manos hacen. ¡Ellos te rezan, accede tú, para que la fe no se cambie con desesperación!
JULIETA: Los santos no se mueven aunque accedan a las plegarias.
ROMEO: Pués no os mováis, mientras recojo el fruto de mis preces. (Besándola.) ¡Así mediante tus labios, quedan los míos libres de pecado.
JULIETA: De este modo pasó a mis labios el pecado que los vuestros han contraído.
ROMEO: ¿Pecado de mis labios? ¡Culpa deliciosamente reprochada! ¡Devolvedme mi pecado!
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